A veces hay dias en los que te da tiempo a parar, a detenerte para observar todo lo que sucede a tu alrededor. En esas ocasiones eres capaz de apreciar esas pequeñas suspicacias que pasaban desapercibidas a tus ojos pero que relataban tu historia a través de sus ecos. Nunca imaginé a nadie capaz de disfrutar con el daño, tampoco creí en la violencia sin motivo, sin lamento y mucho menos sin arrepentimiento. Mis padres me enseñaron a pedir perdon, pero aún más importante a perdonar, a no esperar nada a cambio pero sí a rodearme de todo aquello que me hiciera la vida más bella, aunque fuese difícil, imposible, la lucha merecía la pena. Me enseñaron tantas cosas buenas, demasiadas, que más tarde abrí los ojos y me sorprendí decepcionada. Aún hoy sigo creyendo que las personas deben decir lo que piensan, lo que sienten, aún hoy creo en los idílicos cuentos que amenizaban aquellas noches que cedían a mis pies mientras cruzaba los mios entre los de mis padres, en la mañana de aquellos sábados lluviosos que olían a libro viejo.
Tal vez hoy sea uno de esos dias que suenan a decepción, a fraude, a pérdida de horizontes... uno de esos dias en los que necesitas algo más... como siempre un imposible, pero esta vez y después de tanta lucha... la esperanza simplemente se desvanece...
